Entre espinas y rocas filosas una mujer desnuda se arrastra dejando tras de sí parte de su piel. Agoniza, aunque internamente el odio la consume. Ha sido desterrada, le han arrebatado la libertad, aunque pronto descubrirá otro tipo de libertad.
Una pareja camina tomados de la mano, están desnudos, pero no parecen importarles. Juntos atraviesan un campo de girasoles, luego llegan al borde de un riachuelo. El sol se muestra complaciente, la brisa acaricia los rizos dorados de la mujer, ella esboza una sonrisa y el la contempla enamorado.
El jardín donde habitan es inmenso, pero limitado a su vez, un muro lo rodea y dos seres angelicales custodian la entrada con espadas de fuego.
Un ser infinito los observa, parece complacido aunque conoce el final de la historia, no evita que sucedan los acontecimientos por los cuales luego castigará a su creación.
Una serpiente, un reptil es atraído por la sangre. La mujer de exquisito cuerpo y larga cabellera negra reposa sobre su propia sangre, alojada entre una grieta del muro y la aridez del exterior, sólo espera su muerte, pero aquel reptil se desliza rozando su entrepierna, subiendo por su abdomen y atravesando sus enormes senos para mirarla e inyectarle su nueva naturaleza.
La mujer convulsiona, gira, llora y finalmente ríe, se siente libre, más libre que nunca, la desnudez no es un pecado como le habían dicho, su existencia no es un error, ahora libre se incorpora. Su aspecto ha cambiado, sus ojos azules se han enrojecido y a su voluntad la serpiente ahora es parte de ella, la rodea.
Sus pasos tienen un objetivo, hacer caer el Edén.
La mujer de rizos dorados reposa sobre hojas secas, su pareja se encuentra lejos.
Un simple saludo despierta la curiosidad en la nueva creación.
— ¿Eres como yo? — preguntó la que lleva por nombre Eva.
— ¡No! Nadie es como tú. — respondió.
— ¿Quién eres?
— Lilith, ese es mi nombre.
Lilith la tomó de la mano y ambas sintieron una pequeña descarga de electricidad, Eva se alejó un poco, se sentía confundida, pero Lilith le acarició el rostro y acercando sus labios le besó.
En medio del jardín, un árbol de gran tamaño se elevaba sobre los demás, sus hojas eran más verdes que cualquier otro árbol, sus ramas eran firmes y sus frutos apetitosos, aunque por más exquisitos que fuesen, ninguna criatura se alimentaba de ellos pues según decían el único que se alimentaba de ese árbol, era el propio Dios.
— ¿Entonces eres una mujer? — preguntó Eva.
— Así es, una mujer libre, ¿Sabes qué es la libertad?
Eva guardo silencio, no comprendía el significado de aquella palabra, aunque si podía asociarla a otras cosas, las cuales les había escuchado hablar a Dios.
— No, realmente no, ¿Me quieres decir?
— Podría, pero no lo entenderías. — replicó Lilith.
— ¡Haré lo que sea! — exclamó Eva y Lilith esbozó una sonrisa.
— Pues, debes comer tú y él, del árbol del conocimiento.
— No — murmuró Eva — No debemos acercarnos a ese árbol.
— ¿Acaso hay algún muro? O ¿Es custodiado por ángeles?
— No.
— ¿Entonces porqué no debes acercarte?
— Hablaré con Adán — dijo Eva y Lilith la sujetó rápidamente del hombro.
— No hace falta, yo lo conozco y sé que una vez hayas comido del árbol, el también lo hará y te lo agradecerá, ¿No deseas complacer a Adán?
Eva sonrió y caminando junto a Lilith se dirigió hacia el árbol del conocimiento. Lejos de ahí Adán hablaba con Dios.
— Padre, ¿Existe algo allá afuera?
— Nada bueno existe detrás de los muros hijo mío.
— ¿Entonces a dónde fue ella?
Dios guardo silencio, luego dijo con voz afable.
— Lejos…
Adán se sintió extrañamente complacido y alejándose de la presencia de Dios comenzó a buscar a su esposa.
Bajo el árbol se encontraba Lilith y Eva, cuando una serpiente comenzó a trepar por las piernas de Lilith, Eva sintió miedo, pero la sonrisa de Lilith era tranquilizadora. La serpiente siguió subiendo hasta trepar en el árbol, una vez ahí arrancó uno de los frutos, lo tomo entre sus fauces e inyectando un poco de su veneno, se lo entregó a Lilith, quien lo tomo y besando el fruto se lo dio a Eva.
— Ya sabes que hacer. — dijo Lilith.
Eva sostuvo el fruto en sus manos, era tan brillante que no se percató cuando Lilith se alejó, ni cuando Adán apareció.
— ¿Qué haces cerca del árbol? — preguntó Adán.
— Yo, pues — dudó Eva — te quería compartir esto — Y le mostró el fruto del árbol prohibido, el fruto del conocimiento.
— ¿De dónde sacaste eso? ¿Acaso es el fruto que nuestro padre nos prohibió comer? — preguntó Adán.
— De ninguna manera, sabes que los frutos están muy altos y al menos el árbol da buena sombra.
Eva le sonrió y dándole una mordida al fruto, se la paso a Adán, quien hizo lo mismo. Al poco tiempo, sintieron sed, por lo cual corrieron hasta el arroyo, pero este se encontraba seco, quisieron el néctar de las flores, pero todas habían marchitado, cuando un ardor en sus ojos les hizo ver su desnudez. Ambos corrieron hasta los arbustos y haciendo formas con las hojas se cubrieron el cuerpo, luego un potente ruido sacudió el Edén. Y una voz clamó desde lo alto.
— ¿Qué han hecho?
Adán y Eva no se atrevían a levantar la mirada, sentimientos extraños les invadían.
— Padre…— murmuró Adán.
El cielo se había enrojecido y el creador ahora se lamentaba.
— Ustedes ahora no pertenecen a este lugar. — dijo Dios.
— ¿Qué hemos hecho? — preguntó Adán.
— Lo único que les pedí no hacer, ahora la muerte ha entrado en ustedes.
— ¡Tu puedes reparar el daño, eres mi padre! — exclamó entre sollozos Adán.
Dios guardo silencio una vez más.
— No lo entiendes. — respondió Dios con voz quebrada.
— Pero si nuestra culpa fue desobedecer, entonces ella, la mujer que tú me diste es más culpable que yo, fue ella quien me… Engañó.
Eva no decía nada, sólo estaba detrás de Adán, observaba su espalda y la línea que se perdía en la curva de sus nalgas.
No hubo un juicio, ni forma de reparar el daño, ambos fueron expulsados y en el desierto encontraron un hogar, aunque Adán guardó rencor en su corazón, Eva había aprendido a seducirlo y hacerlo olvidar. Por su parte Lilith fue castigada, condenada a deambular por el mundo, engañando y seduciendo…
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