En medio de un campo de maíz reposa el cuerpo deformado de un viejo espantapájaros, el paso del tiempo lo ha malogrado al punto de que a cierta distancia parece un cadáver putrefacto el cual ha sido crucificado.
Con cada cosecha se renueva la historia de que el espantapájaros baja de su cruz para renovar su cuerpo, buscando entre los maizales a algún desdichado que le sirva de huésped.
En el lugar donde se sitúa esta leyenda, la cosecha había sido abundante y por alguna extraña razón aquel espantapájaros seguía siempre en medio del campo, al parecer el anciano dueño nunca lo cambió, sentía horror de sólo verlo y jamás se cuestionó cuando repentinamente aparecía renovado.
Sucedió que unos adolescentes sin escrúpulos decidieron ese mismo verano darle fin a la leyenda y probar lo falsa que era, por lo cual a media noche dos para ser exactos se tomaron la tarea de incendiar el espantapájaros, con tal mala suerte que el fuego se extendió por todo el maizal, arrasando con kilómetros de cultivos.
El fuego en cuestión los envolvió, pues se extendió con tal velocidad que les cerró el camino, aquella noche se asemejó al medio día y al amanecer el único sitio que no le había tocado el fuego por más extraño que parezca fue el que rodea al espantapájaros, pero lo extraño no era sólo eso, sino que en lugar de un espantapájaros ahora reposaban dos de ellos, el uno al lado del otro, ambos vistiendo ropas andrajosas, con la mandíbula dislocada, la cuenca de los ojos vacías, así como la espina dorsal que se columpiaba con el viento, sus costillas expuestas estaban bajo la pútrida ropa y un olor a carne quemada los envolvía, nadie se cuestionó el segundo espantapájaros, nadie lo haría en ese momento, pero en el fondo temían que en un año el número de ellos aumentase.
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